Buenas, después de un tiempo sin escribir, y con las baterias cargadas de nuevo, os transcribo un artículo del periodista Carlos Navarro Antolín, el cual, al menos a mí así me ha ocurrido, nos hace reflexionar en la decadencia que entiendo está entrando nuestro mundo cofrade.
A continuación os lo pongo:
Madrugada, segundo aviso
Diario de Sevilla
Carlos Navarro Antolín
Domingo 19 de abril de 2009
Los informes policiales publicados por Diario de Sevilla revelan que hubo hechos de cierta gravedad en el eje conformado por las calles Reyes Católicos y San Pablo y la Plaza de la Magdalena. Los nazarenos del Calvario, como se aprecia en la fotografía publicada sobre estas líneas, no miran para atrás por cualquier motivo o causa sin importancia. No hay imagen que refleje mejor cuan frágil es la Semana Santa. Los responsables de seguridad dicen que los sevillanos tienen que aprender a reaccionar ante "nuevos fenómenos".
Resulta difícil de asimilar que uno vaya a ver cofradías previendo que tendrá que calmar a las masas, hacer frente a reacciones histéricas o proteger un paso de un posible ataque de origen desconocido. Como también nos negaremos a calificar de éxito que tras las estampidas no haya restos de bolsos, teléfonos, zapatos o carteras, según la fría escala de medición que utilizan las fuerzas de seguridad para valorar el impacto de un tumulto.
Esta vez la cosa no fue a más porque el operativo policial, con los altos mandos incluidos, se desplazó rápida y eficazmente al lugar. Lo de este año ha sido una réplica de lo ocurrido en 2000, un aviso contra posibles relajaciones.
El Cecop, fundado tras aquellos desagradables e inquietantes sucesos de hace nueve años, no es el manto mágico que blinda una criatura tan desprotegida como la Semana Santa. Urge cuidar a las bases, educar a los que se inician, enseñarles a ver una cofradía, a cruzar un cortejo sin hacerse notar demasiado y sin faltarle el respeto o molestar a los nazarenos, a desplazarse de un rincón a otro entre bullas, a acompañar y arropar a las cofradías en sus regresos nocturnos. En definitiva, a proteger y mimar a la Semana Santa en general. Llegará el día en que la vulnerabilidad de la Madrugada se haga peligrosamente evidente en otras jornadas. Este nuevo síntoma de decadencia, que algunos pretendían que quedara en silencio y sin música de capilla, encaja directamente con la teoría de la cuesta abajo de los símbolos.
Estos días, haciendo el balance propio de la semana de Pascua, le oímos decir a Manuel Grosso que la Semana Santa actual tiene ya muy poco que ver con su Semana Santa. Seguro que cientos de sevillanos se identifican con ese análisis. Peligroso sentimiento el que se experimenta cuando uno se siente cada vez más ajeno a una celebración. Cuando no se reconoce en ella. Cuando se pierde el sentido de la identidad.
Sigamos jugando a costaleros con una pata de jamón tras las barras de los bares, sigamos disfrazando de airgamboys a los músicos de los pasos de Cristo en una soldaditis galopante y reveladora del mal gusto imperante, sigamos metiendo un paso de palio en su capilla cerca de las cinco de la mañana, poniendo en riesgo el decoro que toda cofradía necesita; sigamos consintiendo que muchos nazarenos de las presidencias sean modelos del mal vestir, sigamos cediendo respiraderos y cruces de guía a los escaparates comerciales, sigamos viendo como normal que la carrera oficial sea un estercolero cada noche, vertedero de las peores vergüenzas de la ciudad; sigamos utilizando las imágenes sagradas como el mejor fotocall para las entrevistas periodísticas de ciertos hermanos mayores que en sus puestos de trabajo son Manolitos y en la hermandad don Manuel por cuatro años; sigamos enriqueciendo las presidencias de los pasos con extraños y carnavalescos representantes de instituciones de todo pelaje (terrible lo que se vio el Miércoles Santo delante del Carmen); sigamos ofreciendo ruedas de prensa sobre los asuntos internos de una cofradía en las sedes de clubes sociales; sigamos trincando miles y miles de euros de fondos públicos, hipotecando el nombre de la hermandad, dando lugar a un estado de anestesia generalizada y enterrando esa especie en extinción que era la romántica figura del soltador, aquel notable de la hermandad al que se agradecían sus aportaciones simplemente con una vara en la antepresidencia o una manigueta trasera; sigamos repartiendo bonos de aparcamiento para los votantes de una determinada candidatura, repitiendo el modelo del bocadillo y bus gratis para los mítines de los partidos políticos; sigamos meciendo las copas de balón a las puertas del bar con el clergyman puesto las noches aguadas de Semana Santa; sigamos fomentando la cultura del tupperware en las casas de hermandad, convertidas a veces en la peor versión de los antiguos casinillos; sigamos enalteciendo y colocando pedestales a las cuadrillas de costaleros, que acaban actuando como grupos de presión e imponiendo la ley del costal, mancillando el honor de quienes ennoblecieron el oficio (va por ti, Enrique Henares), y sigamos convirtiendo las subidas y bajadas de las imágenes sagradas en ceremonias públicas del amiguismo y del compadreo, en una versión chabacana del yo te invito a la mía y tú invitas a mis padres a la tuya, cambiando las imágenes sagradas como estampitas de futbolistas. La decadencia es interna (dada por el nivel cada vez más bajo de los dirigentes) y externa (motivada por la ausencia de educación como nuevo valor universal). La Madrugada ya ha dado dos avisos. Al tercero...
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