viernes, 8 de mayo de 2009

PARA REFLEXIONAR

Buenas, después de un tiempo sin escribir, y con las baterias cargadas de nuevo, os transcribo un artículo del periodista Carlos Navarro Antolín, el cual, al menos a mí así me ha ocurrido, nos hace reflexionar en la decadencia que entiendo está entrando nuestro mundo cofrade.

A continuación os lo pongo:


Madrugada, segundo aviso
Diario de Sevilla
Carlos Navarro Antolín
Domingo 19 de abril de 2009
Los informes policiales publica­dos por Diario de Sevilla revelan que hubo hechos de cierta grave­dad en el eje conformado por las calles Reyes Católicos y San Pa­blo y la Plaza de la Magdalena. Los nazarenos del Calvario, co­mo se aprecia en la fotografía pu­blicada sobre estas líneas, no mi­ran para atrás por cualquier moti­vo o causa sin importancia. No hay imagen que refleje mejor cu­an frágil es la Semana Santa. Los responsables de seguridad dicen que los sevillanos tienen que aprender a reaccionar ante "nue­vos fenómenos".
Resulta difícil de asimilar que uno vaya a ver co­fradías previendo que tendrá que calmar a las masas, hacer frente a reacciones histéricas o proteger un paso de un posible ataque de origen desconocido. Como tam­bién nos negaremos a calificar de éxito que tras las estampidas no haya restos de bolsos, teléfonos, zapatos o carteras, según la fría escala de medición que utilizan las fuerzas de seguridad para va­lorar el impacto de un tumulto.
Esta vez la cosa no fue a más por­que el operativo policial, con los altos mandos incluidos, se despla­zó rápida y eficazmente al lugar. Lo de este año ha sido una réplica de lo ocurrido en 2000, un aviso con­tra posibles relajaciones.
El Cecop, fundado tras aquellos desagrada­bles e inquietantes sucesos de hace nueve años, no es el manto mágico que blinda una criatura tan des­protegida como la Semana Santa. Urge cuidar a las bases, educar a los que se inician, enseñarles a ver una cofradía, a cruzar un cortejo sin ha­cerse notar demasiado y sin faltar­le el respeto o molestar a los naza­renos, a desplazarse de un rincón a otro entre bullas, a acompañar y arropar a las cofradías en sus regre­sos nocturnos. En definitiva, a pro­teger y mimar a la Semana Santa en general. Llegará el día en que la vulnerabilidad de la Madrugada se haga peligrosamente evidente en otras jornadas. Este nuevo síntoma de decadencia, que algunos pre­tendían que quedara en silencio y sin música de capilla, encaja direc­tamente con la teoría de la cuesta abajo de los símbolos.
Estos días, haciendo el balance propio de la semana de Pascua, le oímos decir a Manuel Grosso que la Semana Santa actual tiene ya muy poco que ver con su Semana Santa. Seguro que cientos de sevillanos se identi­fican con ese análisis. Peligroso sentimiento el que se experimenta cuando uno se siente cada vez más ajeno a una celebración. Cuando no se reconoce en ella. Cuando se pierde el sentido de la identidad.
Sigamos jugando a costaleros con una pata de jamón tras las barras de los bares, sigamos disfrazando de airgamboys a los músicos de los pasos de Cristo en una soldaditis galopante y reveladora del mal gusto imperante, sigamos metien­do un paso de palio en su capilla cerca de las cinco de la mañana, poniendo en riesgo el decoro que toda cofradía necesita; sigamos consintiendo que muchos nazare­nos de las presidencias sean modelos del mal vestir, sigamos ce­diendo respiraderos y cruces de guía a los escaparates comercia­les, sigamos viendo como normal que la carrera oficial sea un ester­colero cada noche, vertedero de las peores vergüenzas de la ciu­dad; sigamos utilizando las imágenes sagradas como el mejor fotocall para las entrevistas periodísticas de ciertos hermanos ma­yores que en sus puestos de traba­jo son Manolitos y en la herman­dad don Manuel por cuatro años; sigamos enriqueciendo las presidencias de los pasos con extraños y carnavalescos representantes de instituciones de todo pelaje (terrible lo que se vio el Miércoles Santo delante del Carmen); siga­mos ofreciendo ruedas de prensa sobre los asuntos internos de una cofradía en las sedes de clubes so­ciales; sigamos trincando miles y miles de euros de fondos públi­cos, hipotecando el nombre de la hermandad, dando lugar a un es­tado de anestesia generalizada y enterrando esa especie en extin­ción que era la romántica figura del soltador, aquel notable de la hermandad al que se agradecían sus aportaciones simplemente con una vara en la antepresidencia o una manigueta trasera; siga­mos repartiendo bonos de apar­camiento para los votantes de una determinada candidatura, repitiendo el modelo del bocadi­llo y bus gratis para los mítines de los partidos políticos; sigamos meciendo las copas de balón a las puertas del bar con el clergyman puesto las noches aguadas de Se­mana Santa; sigamos fomentan­do la cultura del tupperware en las casas de hermandad, conver­tidas a veces en la peor versión de los antiguos casinillos; sigamos enalteciendo y colocando pedes­tales a las cuadrillas de costaleros, que acaban actuando como grupos de presión e imponiendo la ley del costal, mancillando el honor de quienes ennoblecieron el oficio (va por ti, Enrique Hena­res), y sigamos convirtiendo las subidas y bajadas de las imáge­nes sagradas en ceremonias pú­blicas del amiguismo y del com­padreo, en una versión chabaca­na del yo te invito a la mía y tú in­vitas a mis padres a la tuya, cam­biando las imágenes sagradas como estampitas de futbolistas. La decadencia es interna (dada por el nivel cada vez más bajo de los dirigentes) y externa (moti­vada por la ausencia de educa­ción como nuevo valor univer­sal). La Madrugada ya ha dado dos avisos. Al tercero...